En ocasiones me dan ganas de salir a la calle y raptar al primero que se cruce en mi camino, llevarlo a un cuartucho y torturarlo (violar no sé, no creo, depende... la moral prevalece ante todo), sin pedir rescate ni nada, sólo por el placer de hacerlo, para luego soltarlo sin decirle nada. Pero siempre que salgo de mi casa, ya decidido a perpetrar mi crimen, me da flojera y mejor prendo mi aparato de música, me pongo los audífonos y camino hacia el trabajo o hacia donde sea. ¡Cobarde! me gritan, pero no les hago caso.
Ya en el camión me conformo con imaginar la escena, cambiando de personajes cada segundo; quien está amarrado a una silla, sangrando y sudando nunca es el mismo: el chofer del micro, la mujer que va sentada a mi lado, el chavo que se subió a vender dulces, etc.
También me gusta pensar en la música de fondo. Se podría imaginar que por la violencia de las escenas estaría perfectamente adhoc algún grupo de metal(death, black, grindcore, brutal... el género que gusten), pero no, yo escucho esa escena con música suavecita, tal vez un post-rock del más leve tirándole a ambient o alguna cancioncita folk que hasta invite a bailar un poquito.
Pero como siempre, ya que estoy bien entretenido con toda la escena armada, me vuelven a gritar cobarde, una y otra vez, como disco rayado, y no los callo, dejo que sigan con su griterío hasta que se cansen, porque primero me canso yo si los intento callar. Y así sigo por la calle escuchando música suavecita con gritos intermitentes de fondo (aunque a veces hasta agarran el ritmo y no suena tan mal).
Y sonrío, sí, porque veo todo este asunto del secuestro así, como si tuviéramos un sistema inmunológico metafísico y el mío de esa forma purgara toda la podredumbre que traigo dentro, el coraje con todos y todas (más con todas que con todos, hay más mujeres que están en mi cajita de rencores) y todas las demás cosas que subjetivamente se pueden catalogar como mierda.
Y sonrío de nuevo, irónicamente, porque sé que realmente quien está secuestrado soy yo.
