17.11.08

Calla.

No, espera. Dime algo, cuéntame algo, hazme reír. Déjame sentir cómo haces que mi piel se estremezca, ese temblor pequeño que va de adentro a afuera, que me saca la risa, que me deja sonreír, y buscarte con una poca desesperación para ver que no te has ido mientras río, para saber que no eres de papel, un dibujo en una hoja nada más, un muñeco de muchos periódicos pegados. Dime, de dónde saliste? Quién eres? Cómo es que eres? Porque yo no entiendo nada de lo que pasa, si no fuera porque jamás había encontrado que el mundo fuera tan real, podría pensar que no eres, que no estamos, me dejaría seguir como la autómata involuntaria que soy, la indecisa, aquella sin deseo... indesear, podemos? No, sé que no, te miro y te quiero, y da miedo, no porque de verdad dé miedo, si no porque no parece que pueda saber qué voy a hacer en unos momentos más adelante de ahora. Y, precisamente, no importa. El mundo no importa, o sí importa, pero el mundo cuando te miro y hacemos cualquier cosa no es el mundo, no es algo ajeno y peligroso, dudoso, es más como nuestra hoja en blanco, donde hacemos magia, los que nos rodean bailan a ritmo de nuestras carcajadas, siempre llega alguno a cubrir ese silencio que se nos antojó, un montón de dobles, de efectos que son parte de nuestro paseo por la tarde. No son más como casualidades, todos estamos allí, así, tan a modo de euforia, porque estamos, tú, que estás loco y eres un niño, y yo, que soy una decadente y una pendeja. La verdad es que no te hablo de este modo siquiera, quisiera, eso digo, así me miento sabiéndolo todo el tiempo. En realidad te adoro porque no me dejas ser como yo juraba que soy. No soy, quizá es eso, no soy para mí, estamos en una nada que llenamos si queremos de lo que queremos, es más, se llena sola. Me dejas ser cualquier cosa, cualquiera, siempre y cuando no la haya pensado antes, me dejas es blanco y me llenas inmediatamente de colores, pero no podría decirte qué colores, no les pongo atención, son mezclas y mezclas que se enredan y deshacen si quieren como con una música que no entiendo de dónde sale. Debe ser de nuestros pasos, de cómo esperamos cruzar la calle, cómo bajamos las escaleras, cómo comemos, nos perdemos, nos miramos. No, no miro los colores y ahí están, justo por el frío que me hace tomarte la mano, porque no es que tenga frío en la mano, es que quiero un poquito de calor, aun si te sudan las manos. Pero no es por eso que nos las tomamos así, tan fácil, ligeras, de sencillo zafarse, un poco holgadas, con las muñecas en ángulos a vaivén. Nada más es porque se siente bien no estar aferrados, dejarlo como un gusto. La verdad, en otro mundo, al menos en uno de esos momentos en que es de noche (porque aquí la luz es casi siempre como de tarde, casi noche) me dan ganas de que nos abracemos, estar bien agarrados para avanzar como una bola, un pelota que no ofrece resistencia (porque ya no tenemos) y sólo va, y no tener que dejar de verte más que por el paisaje (que quizá también somos), o tomarte tan poco, mostrarme que puedo estar cerca, tan cerca que duele y no por eso te pierdo. Pero la verdad nada de esto duele, eso quiero decirme, qué me dirías tú? Me asusta, de pronto siento que ya es demasiado, no quiero cortarlo, eso sí duele, no me gusta la distancia. Qué me dices, a dónde vamos ahora?